El poema “Invictus”, de una belleza melancólica, victoriana, marmórea, sobrecogedora, es un canto a la fe, a la
libertad y a la resistencia humana enfrentadas a los momentos más desoladores, solitarios y terribles de la
existencia. No es de extrañar que el poema fuera escrito por un hombre que fue niño condenado a la
enfermedad y la minusvalía; no es de extrañar que este poema le sirviera de guía y consuelo espiritual a Nelson
Mandela mientras estaba encarcelado y era humillado y vejado por sus ideas, por su compromiso ético con los
suyos, consigo mismo.
INVICTUS
En la noche que me cubre,
tenebrosa como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma inconquistable.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino,
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y de lágrimas
donde yacen los horrores de la sombra,
la amenaza de los años
me encuentra,
y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
William Ernest Henley.
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