DEBERES PARA CON LA PATRIA.
Nuestra patria, generalmente hablando, es toda aquella extensión de territorio gobernada por las mismas leyes que rigen en el lugar en que hemos nacido, donde formamos con nuestros conciudadanos una gran sociedad de intereses y sentimientos nacionales. Cuanto hay de grande, cuanto hay de sublime, se encuentra comprendido en el dulce nombre de patria; y nada nos ofrece el suelo en que vimos la primera luz, que no esté para nosotros acompañado de patéticos recuerdos, y de estímulos a la virtud, al heroísmo y a la gloria. Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos cultivados, y todos los demás signos y monumentos de la vida social, nos representan a nuestros antepasados y sus esfuerzos generosos por el bienestar y la dicha de su posteridad, la infancia de nuestros padres, los sucesos inocentes y sencillos que forman la pequeña y siempre querida historia de nuestros primeros años, los talentos de nuestras celebridades en las ciencias y en las artes, los magnánimos sacrificios y las proezas de nuestros grandes hombres, los placeres, en fin, y los sufrimientos de una generación que pasó y nos dejó sus hogares, sus riquezas y el ejemplo de sus virtudes.
Los templos, esos lugares santos y venerables, levantados por la piedad y el
desprendimiento de nuestros compatriotas, nos traen constantemente el re-cuerdo de los
primeros ruegos y alabanzas que dirigimos al Creador, cuando el celo de nuestros padres
nos condujo a ellos por vez primera; contemplando con una emoción indefinible, que
también ellos desde niños elevaron allí su alma a Dios y le rindieron culto.
Nuestras familias, nuestros parientes, nuestros amigos, todas las personas que nos
vieron nacer, que desde nuestra infancia conocen y aprecian nuestras cualidades, que nos
aman y forman con nosotros una comunidad de afectos, goces, penas y esperanzas, todo
existe en nuestra patria, todo está en ella reunido; y en ella está vinculado nuestro porvenir
y el de cuantos objetos nos son caros en la vida.
Después de estas consideraciones, fácil es comprender que a nuestra patria todo lo
debemos. En sus días serenos y bonancibles, en que nos brinda sólo placeres y contento, le
manifestaremos nuestro amor guardando fielmente sus leyes y obedeciendo a sus
magistrados; prestándonos a servirla en los destinos públicos, donde necesita de nuestras
luces y de nuestros desvelos para la administración de los negocios del Estado;
contribuyendo con una parte de nuestros bienes al sostenimiento de los empleados que son
necesarios para dirigir la sociedad con orden y con provecho de todos, de los ministros del
culto, de los hospitales y demás establecimientos de beneficencia donde se asilan los
desvalidos y desgraciados; y en general, contribuyendo a todos aquellos objetos que
requieren la cooperación de todos los ciudadanos.
Pero en los momentos de conflicto, cuando la seguridad pública está amenazada,
cuando la patria nos llama en su auxilio, nuestros deberes se aumentan con otros de un orden muy superior. Entonces patria cuenta con todos sus hijos sin
limitación y sin reserva: entonces los gratos recuerdos adheridos a nuestro suelo, los
sepulcros venerados de nuestros antepasados, los monumentos de sus virtudes, de su
grandeza y de su gloria, nuestras esperanzas, nuestras familias indefensas, los ancianos, que
fijan en nosotros su mirada impotente y acongojada y nos contemplan como sus salvadores,
todo viene entonces a encender en nuestros pechos el fuego sagrado del heroísmo, y a
inspirarnos aquella abnegación sublime que conduce al hombre a los peligros y a la
inmortalidad. Nuestro reposo, nuestra fortuna, cuanto poseemos, nuestra vida misma
pertenece a la patria en sus angustias, pues nada nos es lícito reservarnos en común
conflicto.
Muertos nosotros en defensa de la sociedad en que hemos nacido, ahí quedan
nuestras queridas familias y tantos inocentes a quienes habremos salvado, n cuyos pechos,
inflamados de gratitud, dejaremos un recuerdo imperecedero que se irá transmitiendo de
generación en generación ahí queda la historia de nuestro país, que inscribirá nuestros
nombres en el catálogo de sus bienhechores: ahí queda a nuestros descendientes y a
nuestros conciudadanos todos, un noble ejemplo que imitar y que aumentará los recuerdos
que hacen tan querido el suelo natal. Y respecto de nosotros, recibiremos sin duda en el
Cielo el premio de nuestro sacrificio; porque nada puede ser más recomendable ante los
ojos de Dios justiciero que ese sentimiento en extremo generoso y magnánimo, que nos
hace preferir la salvación de la patria nuestra propia existencia
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